" de chiquilín te miraba de afuera"

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cafe de Garcia

lunes, 2 de noviembre de 2015

POETA DE ARRABAL

Homero Nicolás Manzione, como verdaderamente se llamaba, nació de madre uruguaya y padre argentino (se diría que como el propio tango) en Añatuya, un empalme ferroviario de Santiago del Estero, una casi desértica provincia del noroeste argentino. Allí probaba fortuna su padre como discreto hacendado rural. Con siete años Homero ya estaba radicado en Buenos Aires, para comenzar su educación en el colegio Luppi, del humilde y alejado barrio de Pompeya. Cada elemento de aquel paisaje -desde el largo paredón que recorría camino de la escuela hasta el terraplén del ferrocarril, en una mágica reunión de ciudad y pampa- quedará capturado en algunas de sus letras posteriores, como la de “Barrio de tango” (de 1942) y la de “Sur”. El vals “¿Por qué no me besas?”, de 1921, fue su primer y olvidada pieza, con música de Francisco Caso, quien años después vincularía a Manzi con Troilo. Nacería así uno de los más lúcidos binomios autorales del tango. La prematura muerte del poeta, abatido por un cáncer, fue llorada por Troilo con “Responso”, un conmovedor tango instrumental. Este mismo músico genial y un Manzi agonizante habían rendido tributo a otro letrista fundamental, Enrique Santos Discepolo, con otro tango antológico: “Discepolín”. Este moriría del corazón antes de concluir ese mismo año. Un aporte decisivo de Manzi a la música rioplatense fue el remozamiento y la jerarquización de la milonga, género que convive con el tango como un testimonio de sus orígenes. Junto con el pianista Sebastián Piana escribió grandes clásicos, como “Milonga sentimental”, “Milonga del novecientos” y “Milonga triste”. Piana y Manzi son autores, además, de tangos tan prominentes como “El pescante” y “De barro”, y de un vals de singular belleza: “Paisaje”, sin olvidar a “Viejo ciego”, cuyas notas -posteriores al poema- fueron puestas por Piana y Cátulo Castillo. Otra vertiente particular en la obra de Manzi fue su mimetización con la fiebre romántica que contrajo el tango en los años '40, tendencia a la que legó piezas de extraordinario valor, como “Fruta amarga”, “Torrente”, “Después”, “Ninguna” o “Fuimos”. En este último, escrito con el inspiradísimo bandoneonista José Dames, Manzi construye un poema de imágenes enormemente audaces (“Fui como una lluvia de cenizas y fatigas / en las horas resignadas de tu vida...”) para una canción popular, y, de hecho, “Fuimos” cautivó al público y a los intérpretes, quedando instalado como un paradigma del tango elaborado y estéticamente ambicioso. De la extensa y rica producción de Manzi deben, como mínimo, destacarse un puñado de tangos sobresalientes, no en pequeña medida debidos a la calidad de los músicos que este poeta eligió como compañeros de creación. Ninguna antología del tango puede olvidar “Monte criollo”, con Francisco Pracánico; “Abandono”, con Pedro Maffia; “Malena”, “Solamente ella”, “Mañana zarpa un barco” y “Tal vez será mi alcohol” (que la censura obligaría a convertir en “Tal vez será su voz”), con Lucio Demare; “Recién”, con Osvaldo Pugliese; “En un rincón”, con Héctor María Artola; “Fueye”, con el cantor Charlo; “Manoblanca”, sobre una antigua página de Antonio De Bassi; los valses “Romántica”, con Félix Lipesker y “Romance de barrio”, con Troilo, y sobre todo dos tangos definitivos: “El último organito”, con su hijo Acho, y “Che bandoneón”, con Troilo. Los 44 años que vivió Manzi le alcanzaron también para ejercer el periodismo y la cátedra, para incursionar profusamente en el cine y para una intensa y azarosa militancia gremial y política, que concluyó con su adhesión al peronismo. La letra de tango fue, sin embargo, su verdadero elemento, y es hoy la que lo mantiene vivo.

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