" de chiquilín te miraba de afuera"
jueves, 7 de mayo de 2015
UN POETA POPULAR
Enrique Dizeo nació en la ciudad de Buenos Aires, el 26 de julio de 1893, hijo de Francisco Dizeo y Francisca Bruno. ¿Estudios cursados?, los primarios y nada más. Luego la calle, permanente escenario de sus correrías de muchachito inquieto, transitando esos barrios de infancia que fueron, en diferentes momentos, San Cristóbal, Boedo o Parque de los Patricios.
Trabajó en distintos lugares, sin oficio, y siempre ocasionalmente. La bohemia, aunque sin desbordes, lo atrapó tempranamente, pero mantuvo ciertos códigos de conducta que lo apartaron de la pillería o el malandrinaje. Y así, desde muy jovencito, la calle, el verso y la tertulia nochera concluyeron por definir su personalidad.
Su inclinación por la poesía popular, a la que accedió más por instinto, sensibilidad y una natural y despierta inteligencia, tuvo sus primeras manifestaciones en un centro con veleidades artísticas: Los hermanos Fachabruta, conjunto carnavalesco donde dio a conocer sus primeros garabatos rimados. Y fue precisamente a través de ese conjunto que vio la luz su primer tango, el que alcanzó cierta notoriedad: “Romántico bulincito”, con música de Augusto Gentile. De ahí en más, salvo algún esporádico empleo, su pasión y su profesión fue el tango. También el mundo del turf —los burros— (los caballos pura sangre) sería el otro ámbito donde se desarrolló su vida.
Y así, como producto de esa mezcla de poeta y trovero de esquina, comenzó su producción autoral, a la que Gardel habría de darle, en la década del 20, difusíón y afirmación. Y alcanzó a dominar un lenguaje que tiene estrecha relación con el lunfardo, en donde también lo ciudadano se confunde con lo arrabalero en armónica aleación, para ofrecer pinturas y expresiones de auténtico carácter porteño.
Sin embargo, con estos favorables antecedentes, cuando un conjunto de intelectuales como José Gobello, Luis Soler Cañas, León Benarós y Nicolás Olivari a la cabeza, se autoconvocaron para crear la Academia Porteña del Lunfardo y lo invitaron para firmar el acta fundacional, Enrique Dizeo desestimó esa invitación y no concurrió a refrendar aquel importante documento. Suponemos que su falta de disciplina y cierto desorden en su vida privada fue lo que incidió para que tomara esa decisión.
Vivió y murió soltero, aunque se le conocieron algunas aventuras amorosas, ninguna de las cuales consiguió atarlo al matrimonio. Una de esas mujeres estuvo a punto de lograrlo. Fue una relación última, de casi veinte años, «pero se mancó en el final». Quedó empedernidamente célibe, pero en soledad. Sus últimos años los vivió en el barrio de Floresta, en la calle Candelaria 201.
Murió en Buenos Aires el 6 de mayo de 1980.
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