" de chiquilín te miraba de afuera"
domingo, 3 de diciembre de 2017
"EL DANDY DEL TANGO "
Nombre real: Linnig, Samuel Guillermo Eduardo
Letrista y autor teatral
(12 junio 1888 - 16 octubre 1925)
Lugar de nacimiento:
Montevideo Uruguay
Hijo de Samuel Linnig, belga, y de María Mintegueaga, vasca, nació en Montevideo en la vieja calle Queguay 1323 (hoy Paraguay), el 12 de junio de 1888. Su padre fue comerciante y amanuense del caudillo uruguayo Aparicio Saravia.
Samuel Linnig era una figura peculiar del ambiente nocturno de Buenos Aires. Era rubio, muy atildado en el vestir, con su infaltable bastón y sus guantes blancos y un gesto nervioso en toda su figura inconfundible, a la que unía su gran pasión por el juego, presente hasta en el momento mismo de su muerte. Era un hombre de refinada cultura, pero que dominaba el argot de las mujeres públicas. Murió soltero y dejó un hijo.
En 1912, Alfredo A. Bianchi, director con Roberto F. Giusti de la revista Nosotros y rabdomante de inquietudes juveniles fue quien sacó del Café Los Inmortales y lo llevó a la revista después de haberlo oído hablar sobre el músico Beethoven, el poeta Maeterlinck y el dramaturgo Porto Riche.
En la célebre revista de Giusti y Bianchi, tribuna de prestigio sin igual, publicó sus primeros versos y redactó comentarios sobre teatro y arte, como esa nota que le dedica al escultor Pedro Zonza Briano (en el nº 54), y esa otra que le dedicó a su coterráneo José Enrique Rodó (en el nº 97). En sus primeros comentarios de critico teatral, llama la atención que considere como una obra desagradable Espectros, de Ibsen, al tiempo que, en otra oportunidad, se ocupe de Canción de primavera, de José de Maturana, que es «con sinceridad y sin temor a equivocarme la mejor obra poética del teatro argentino.»
En 1915, lejos de aquellas inquietudes espirituales que hemos señalado, comenzó su carrera de autor teatral escribiendo en colaboración con Luis Rodríguez Acasuso, pero con los seudónimos Lasalle (¿Linnig?) y Del Campo (¿Acasuso?), una obra titulada El señor que hace como si fuera intendente, estrenada en el Teatro Nuevo, produciendo un gran escándalo y ser prohibida por la censura municipal. Muy lejos estaba todo esto de la depuración teatral que exigía otrora desde la revista Nosotros.
Pero hubo una reacción. El 15 de septiembre de 1916 hizo conocer durante la función benéfica de Angelina Pagano, en el Teatro Buenos Aires, la obra La túnica de fuego, justamente con la petipieza La copa de cristal. Samuel Linnig entonces, quería dar realidad a sus aspiraciones de comediógrafo. Trataba en su obra un problema de amor siguiendo a uno de sus maestros, Georges de Porto Riche, renombrado autor de Les amants. Un crítico dijo: «Si el autor no hubiese estado obligado a tener en cuenta la pudibundez de nuestro público, habría arribado a otras conclusiones en su estudio pasional y el diálogo de la comedia sería más ligero y desenvuelto».
La suerte no acompañó a Linnig en la vida. Él no hizo nada por conquistarla porque le faltó la pasión que puso en el juego. Las malas yerbas mataron los buenos granos de su huerto y todo se debió a su negligencia de cultivador y empezó a «escuchar el lamento de cosas que morían», especialmente después de estrenar Jesús y los bárbaros, el 9 de agosto de 1918, en el Teatro Nacional y con la compañía de Vittone-Pomar. Con esta obra el autor «pretendía avasallar la conciencia del público por medio de la emoción». La invasión de los alemanes a la patria de su padre, le dio argumento para construir un melodrama que tocaba constantemente las truculencias del gran guiñol.
Dos años más tarde, en colaboración con Alberto T. Weisbach, estrenada en el Teatro Ópera nuevamente con Vittone-Pomar, Delikatessen Haus, un sainete muy malo que el público pateó y silbó desaforadamente. Cuando cayó el telón final vino lo peor, Linnig apareció en el escenario y dijo: «A los que aplauden les rindo mi agradecimiento y a los que me silban los califico de imbéciles». Esa noche, Linnig huyó del teatro protegido por una barba postiza que impedía su reconocimiento por parte de los espectadores que rondaban la manzana para encontrarlo.
Pero no todo fue desventurado en aquella noche desgraciada. Linnig obtuvo un gran triunfo determinado por el estreno de un tango que se hizo eminentemente popular cuyo título es una expresión que se incorporó al lenguaje popular porteño como sucedió con canillita, mina o percanta. Estamos aludiendo a “Milonguita (Esthercita)”, título del tango que personifica claramente a una mujer de la vida nocturna de Buenos Aires. Cantó ese tango con gran suceso María Esther Podestá. Fue, en realidad, anotó un crítico, lo único aplaudido en aquella noche del 12 de mayo de 1920, en el Teatro Ópera. La popularidad el autor allí nacía.
El éxito obtenido con el tango “Milonguita (Esthercita)”, hizo concebir a su autor una obra en que se narrara la vida de Esthercita Torres, «la pebeta más linda ‘e Chiclana». En efecto, el 25 de agosto de 1922, la compañía de Pascual Esteban Carcavallo, estrenaba la pieza Milonguita. La suerte que le cupo a la pieza en sí fue casi idéntica a la del sainete con título alemán. Y muy similar por dos razones: la de su calidad, ya que ganó un concurso entre las peores piezas del año y porque en ella se dio a conocer otro tango que también cantó todo Buenos Aires: “Melenita de oro”.
Entre esas dos piezas, Samuel Linnig estrenó otras obras cuyo paso por la escena no le proporcionaron ni pena ni gloria. Fueron La dama del Plaza Hotel, estrenada en el Teatro Buenos Aires el 13 de septiembre de 1920, por la compañía Muiño-Alippi. Y, la otra Maison Ristorini, que el día 16 de agosto de 1924 dieron a conocer Pierina Dealessi y Carlos Morganti, en el Teatro Maipo.
Otro título suyo que cerraría su producción, fue el sainete Puente Alsina, estrenado el 10 de junio de 1925 en el Teatro Nacional y donde Manolita Poli cantó el tango “Campana de plata”.
Entre las obras que tratan el bajo fondo porteño, podemos decir que Puente Alsina tiene los méritos de su colorido, la pintura de sus tipos y una construcción precisa que el autor no había conseguido desde La túnica de fuego.
Tres tangos, por lo tanto, apuntalaron la popularidad de Linnig, pero los tangueros parecen haberlo olvidado. Es necesario que, al margen de sus éxitos como letrista, señalemos que se lo quería en el ambiente teatral por su enorme simpatía y por la valiente labor gremial que le cupo durante la huelga de 1921.
Dos días antes del estreno de Puente Alsina, Samuel Linnig dejó de aparecer por los sitios que le eran habituales: la Sociedad de Autores, donde despilfarraba su dinero en la mesa de juego y el Café Los 36 billares.
Inmediatamente se conoció la causa de su ausentismo, mucho más llamativo por no haber asistido al estreno de Puente Alsina. Estaba enfermo, una fiebre minaba en forma avasalladora su organismo. Como el estado era desesperante se decidió trasladarlo a Buenos Aires desde el pueblo de Adrogué (30 km al sur de la capital), donde vivía.
A las 10 de la mañana del 16 de octubre, Armando Discépolo y Rafael De Rosa lo sacaron de su casa en una ambulancia y lo trasladaron al Hospital Español. José Antonio Saldías se sumó al grupo de sus amigos angustiados al ver como lo consumía la fiebre.
El enfermo miraba la puerta entreabierta de la habitación. De pronto, todos observaron que la cara del enfermo sonreía y clavaba sus ojos pequeños, pero dilatados, en un punto fijo.
«—Mirá —dijo, dirigiendo los ojos a la puerta—, ¡Cómo para jugarle!»
En la puerta estaba escrito el número 13. Media hora más tarde, después de su última apuesta irrealizable, dio realidad a este verso suyo: «Y toda la luz me dice un gran adiós...»
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