" de chiquilín te miraba de afuera"

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cafe de Garcia

miércoles, 18 de enero de 2017

LA INMIGRACIÓN ITALIANA Y EL TANGO

Mucho se ha dicho ya sobre las raíces españolas y negras del tango. En cambio el influjo de la inmigración italiana no ha sido del todo atendido por los estudiosos del tema. ¿Ejercieron los italianos una influencia considerable en la gestación y desarrollo de nuestro género nacional? Importantes medio gráficos, durante los primeros años del siglo XX, se referían al «italiano acriollado como un famoso cultivador del tango». La crónica de la época ya había notado que ese «tano» sensiblero de la penúltima pieza del conventillo de la esquina, hamacaba al compás de un tango el recuerdo de una calle, de una madre o de un amor que había quedado, para siempre, detrás del océano. El propio Leopoldo Lugones que había visto en el tango «un reptil de lupanar», en una conferencia en 1913 señalaba: «El suburbio agringado de nuestras ciudades cosmopolitas engendra y esparce por esas tierras a título de danza nacional (el tango) cuando no es sino deshonesta mulata engendrada por las contorsiones del negro y por el acordeón maullante de las trattorías». Ni el acordeón maullante de los italianos, ni Lugones, gozaron de los favores consagratorios del tango. En el lugar del acordeón italiano se aquerenció un pariente alemán (el bandoneón) y en el sitial del poeta cordobés, centro y figura del canon literario y moral de la Buenos Aires de aquellos años, surgieron hombres de una pronunciación francesa más defectuosa, de un latín menos riguroso, pero de almas gigantes y de una poética canyengue y refinada. En síntesis, los inmigrantes italianos y sus descendientes asumieron desde los inicios del tango una presencia notoria. Sus problemas, la exclusión de la que fueron víctimas, sus angustias, sus fracasos, decantaron en poesía y en música. En palabras de Ernesto Sabato, discriminar hasta qué punto los criollos se italianizaron o los italianos se acriollaron, no es fácil, y resulta una tarea bizantina. Cantaron la angustia de la patria lejana, de la infancia perdida. Cantaron el desgarramiento del amor distante, de eso que se fue para siempre. El tango, como tantas otras manifestaciones culturales, sociales y políticas de nuestro país, le debe mucho a nuestros ancestros «tanos».

domingo, 15 de enero de 2017

"MOZO TAURA"

Alberto Ballestero Letrista y periodista (16 agosto 1892 - 20 octubre 1931) Lugar de nacimiento: San Eugenio del Cuareim (Artigas) Uruguay Se desempeño como periodista de la voz del interior en Córdoba. No se tiene memoria de una cantidad aproximada de los títulos que estrenó, especialmente en la revista, pero daremos a continuación una lista de las más afortunadas estrenadas en los teatros Apolo, Fémina, Comedia y Casino, salas donde realizó temporadas enteras dirigiendo compañías con León Alberti, Ivo Pelay y Luis César Amadori: A las 9 en el convento en colaboración con Carlos Schaefer Gallo, Mano Mora, El caballero negro, Hay fuego en la pasarela, Es pa' morirse de risa, Aquí vienen las bellezas, Los varones somos muchos, con Arnaldo Malfatti, Porteño tenía que ser, con Pascual Contursi, Voy derecho a Cardenal con Carlos Ossorio, Don Ponciano Peñaloza, con Eliseo Gutiérrez, Escríbame una carta señor cura, con Domingo Parra; Los caballeros del caño, con Oscar R. Beltrán, ¡Qué papa el año que corre! y De pura cepa criolla con León Alberti, El proceso de Mary Pullman con Antonio De Bassi, La otra noche en un banquete con Amadori, Mefistófeles, ¡Qué papa el año 40!, La banda de pistoleros, En los muelles de la Boca, Conflicto internacional, Veraneamos en bañadera, Aquí nos reímos de todo, Leguisamo solo. Para una de ellas del Teatro Fémina, año 1929, escribió el tango “Dicen que dicen” sobre música de Enrique Delfino que en ese escenario creara el actor José Muñiz y grabara posteriormente Carlos Gardel. (Al cantor trató muchas veces en su carrera autoral en ese deambular por los teatros porteños, pero el trato amigo se hizo por el citado tango y por medio de Enrique Delfino con quien escribió el primero, “Pato alegre”, años antes). Al estrenar en el Apolo su festejado sainete A las 9 en el convento, año 1921, encontró en el hall del teatro una batuta que alguien había extraviado y que no se la quitó de encima nunca porque, según él, le daba suerte. A los diez años justos en ese hall de ese mismo teatro fallecía de un síncope cardíaco. Alberto Ballestero (y no Ballesteros) nació en San Eugenio del Cuareim (Uruguay) el 16 de agosto de 1892 y falleció en Buenos Aires el 20 de octubre de 1931.