" de chiquilín te miraba de afuera"
viernes, 2 de enero de 2015
MANUEL PIZARRO
nació en Buenos Aires (barrio de Almagro, en la calle Billinghurst 877), el 23 de noviembre de 1895 y falleció en Niza, Francia, el 1 de noviembre de 1982.
De muy chico ayudó a la economía familiar trabajando como aprendiz en un taller mecánico ubicado en Sarmiento y Laprida. Con respecto a su comienzo y a la primera parte de su trayectoria en la música, él mismo nos contó:
«Una de mis hermanas, como era costumbre en la época, estudiaba piano. A mí ese instrumento no me decía nada, la mayor de mis ambiciones era llegar a medio oficial en el taller donde trabajaba. Pero ocurrió que al lado de casa, estaba la peluquería de Don Leonardo y un día, al pasar por el frente, escuché una música que me cautivó. Me asomé y comprobé que provenía de un extraño instrumento, que un señor de grandes bigotes pulsaba suavemente sobre sus rodillas. Enseguida me enteré que ese señor era el famoso Juan Maglio Pacho, que vivía cerca, en Bulnes y Lavalle. A partir de ese momento todos los días que pasaba por el local preguntaba cuando vendría Pacho.
«Luego de demostrar repetidas veces mi interés, Maglio accedió a enseñarme, yo tenía 14 años y desafiaba la firme oposición de mi padre, para quien los músicos eran vagos y mal entretenidos. Poco después con la complicidad de mi abuela obtuve mi propio bandoneón, su precio fue muy alto para la época, $ 200.
«Pacho fue para mí un gran maestro. Me encaminó y me enseñó el teclado. Me gustaba también como ejecutaba cuando tocaba solo. Me agradaba su sonido y el matiz que le daba, por momentos fuerte, suave en otros. Tocaba bien con las dos manos.
«A los pocos meses me fui independizando y ya no concurría tan seguido a verlo. Le llevaba la partitura de piano para que me marcara los acordes abriendo y cerrando. A todo esto, había comenzado a estudiar teoría musical con Carlos Hernani Macchi, gran flautista de la Guardia Vieja, que también era profesor de piano. Comencé mi carrera en un baile de patio a la vuelta de mi casa. Me pagaron diez pesos. Luego con mi hermano Domingo que tocaba la guitarra, hicimos muchos bailes de ese tipo y los fines de semana tocábamos en un café que estaba en Humahuaca y Agüero, era el O’Rondeman. El dueño era Yiyo Traverso y allí muy seguido cantaba Gardel mucho antes que le llegara la fama. A veces lo acompañé con mi bandoneón en algunas piezas criollas, pero me resultaba muy difícil seguirlo, a raíz del fraseo tan particular que ya empleaba, fue por 1910.
«Mi debut fue al lado de mi maestro Juan Maglio cuando actuaba con su cuarteto en el Café Gariboto, de San Luis y Pueyrredón. Lo acompañaban José Bonano «Pepino» (violín), Leopoldo Thompson (piano) y Macchi (flauta). Yo era su reemplazo cuando llegaba tarde. Esto fue por 1913. Maglio era muy mujeriego y si encontraba una que le gustara, desaparecía por dos o tres días. Esto sumado a que perdía en las carreras, fue su perdición. A Thompson lo reemplazó Luis Suárez Tapia. Thompson era también guitarrero y por supuesto uno de los primeros contrabajistas. Al terminar en el Gariboto, Pacho se compró un café en la calle Paraná al que llamó Café Pacho. Quien lo alimentó para ponerlo fue la propia Casa Tagini, su productora, que aportó doce mil pesos. Y Suárez Tapia fue su socio. El resultado fue desastroso, porque la gente iba a escucharlo y dos por tres desaparecía.
«Como compositor empecé en 1914 con el tango “Batacazo”. En 1915 integré un trío con Francisco Canaro y el Negro Ortiz en guitarra. Los parroquianos llamaban a Canaro «la coctelera», por la forma en que se movía al tocar y Ortiz, con el cuello de la camisa tan alto y duro, apenas podía mover la cabeza.
«Poco tiempo después, formé parte de un cuarteto que incluía a Tito Rocatagliatta, Ernesto Ponzio y al pianista Nelson Paulos (su nombre era Niels Jorge Paulos, hermano menor de Peregrino Paulos) Nelson, aunque era casi una criatura, componía con mucha facilidad cosas tan lindas como “El distinguido ciudadano” e “Inspiración”. Como era tan joven no les daba importancia, razón por la cual, eran firmadas por su hermano.» (al respecto hubo opiniones desencontradas entre los investigadores, ya que son obras atribuidas a Peregrino, pero constituyen un dato confiable por venir de quien viene).
«Era un desastre como se emborrachaban, uno más que el otro. Y yo, tranquilo en el medio. Además no había ninguna disciplina. ¿Ponzio?... era un matón. ¿Cómo violinista?... Tocaba muy poco, pero era un audaz. Tito Roccatagliata sí tenía escuela y conocimientos musicales y fue el creador de los pizzicattos. Después, volví a tocar con Tito junto a Juan Carlos Rodríguez, buen pianista y autor del tango “Queja indiana”, como segundo violín estaba Esteban Rovati. Con ellos viajamos a Huinca Renancó (La Pampa) para tocar en una escuela por el 25 de mayo. Nos acompañaba el dúo Ángel Greco-Ignacio Riverol. Fuimos contratados por tres días, pero las borracheras de Tito y sus enredos con las mucamas del hotel, hicieron que a los dos días el representante, conocido como El gaucho Casanave, nos dijera: «La orquesta está muy bien, pero terminan hoy mismo». Nos pagaron igual los tres días y nos mandaron de vuelta.
«Me tocó el servicio militar en la isla Martín García. Finalizado ese capítulo de mi vida, toqué en el Tabarín de la calle Suipacha con la orquesta de Eduardo Arolas. Formaba pareja con él, el pianista era Pascual Cardarópoli quien por entonces, hacía furor con un tango suyo, “La sonámbula”. Luego estaban Rafael Tuegols y Julio De Caro, que era un pibe, en violines. Había un violoncello, El Alemán Fritz.
«Arolas no era un gran técnico, pero tenía garra, era fuerte y ello se manifiesta en su orquesta que era más rítmica que la de Pacho. Más tarde toqué con El Rengo Ernesto Zambonini, violinista, fue en el Café La Morocha. Varias veces toqué con Vicente Greco.
«En 1918, fui a Córdoba, cumpliendo una gira, me acompañaron Humberto Canaro (piano) y los violinistas Rovati y un muchacho de mi barrio de apellido Pizella. Actuamos en un café de camareras Las Delicias, allí conocí a Ciriaco Ortiz de pantalones cortos, quien actuó después en mi orquesta.
«De regreso toqué en el Bar Maipú, ahí estuve dos años junto a cinco músicos franceses, una noche uno de ellos me demostró como tocaban el tango en Francia. A partir de entonces alenté la esperanza de viajar para hacerles conocer el genuino tango criollo. Hasta que una noche caminando por la calle Corrientes me crucé con Pirincho Canaro. Me dijo que por encargo de la empresa Lombart, se hallaba buscando músicos para ir a tocar a Francia, era 1920. Canaro me encargó formar una orquesta. Acepté y al otro día lo fui a buscar al Tano Genaro Espósito. El contrato era para actuar en el Tabarís, de Marsella, durante un año a cincuenta francos por día. Genaro aceptó y luego se lo propuse a los franceses que tocaban conmigo, sólo uno se anotó, Víctor Jachia, era de Marsella, tenía su familia allí y llevaba doce años de ausencia.
«Partimos en el paquebote Garona, el 15 de agosto de 1920. El destino quiso que en medio del viaje Jachia se enfermara y falleciera, su cuerpo fue arrojado al mar».
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