" de chiquilín te miraba de afuera"

" de chiquilín te miraba de afuera"
cafe de Garcia

jueves, 18 de enero de 2018

"VARON Y PORTEÑO"

Héctor Marcó Nombre real: Marcolongo, Héctor Domingo Letrista, cantor, compositor y actor (12 diciembre 1906 - 30 septiembre 1987) Lugar de nacimiento: Buenos Aires Argentina Nacì en una casa de la calle Boedo, el 12 de diciembre de 1906. Desde muy chico me gustaba cantar y escribir e integraba los habituales coros de las escuelas para las fechas patrias. En las fiestas de fin de curso bailaba el pericón, tenía habilidad para esas cosas. Y para los bailes de carnaval integraba un centro gauchesco, que eran espacios barriales muy populares por aquellos tiempos. Ese fue mi primer contacto con la música. Tanto me gustaba que un tío me regaló una guitarra. Comencé a conocer los primeros tangos. Cuando mi familia se mudó por unos años, a una localidad del interior de la provincia, aprendí todo lo que sé de canto. De regreso a la ciudad comencé a escribir para diversos ritmos: zambas, estilos, todo eso. Andaría por los veinte años cuando el entonces famoso dúo Ruiz-Acuña (integrado por René Ruiz y Alberto Acuña) me grabó dos temas para un mismo disco de 78 r.p.m., era el vals “Dolor” y la tonada “Fiel riojanita”. Después de cumplir con el servicio militar se me ocurrió que podía ganar algún dinero cantando y tuve suerte. Un amigo me consiguió una recomendación para Pablo Osvaldo Valle, quien era director artístico de LOY Radio Nacional, que luego fuera Radio Belgrano. Me ofrecieron 40 pesos por semana, una buena cifra. A Charlo le pagaban sesenta. Seguía escribiendo y el dúo Ruíz-Torres me grabó “Jue pucha qué mala suerte”. También fui chansonier en una orquesta de jazz y estrené un foxtrot “La hija del pescador”, que más tarde me grabara Agustín Magaldi (en 1931). También fui actor de radioteatros, en algunos ciclos muy recordados con el tiempo, como Chispazos de Tradición y del que fuera autor Alberto Vaccarezza: Sainetes Porteños. Hice teatro, también con Vaccarezza, en el Teatro Nacional de comedia y en el Teatro Sarmiento, con la compañía de Camila Quiroga. Pero lo que más me gustaba era cantar y no me iba mal. Por 1930, Domingo Scarpino reunió un grupo de gente para realizar una gira por Europa, que finalmente no se hizo por las pretensiones desmedidas del empresario. Pero en esos días caminando por la calle con un compañero músico este me dijo que mi nombre artístico —el verdadero— era demasiado largo: «Si Devincenzi se lo acortó a Devin, por qué vos no te ponés Marcó.» Me gustó y lo adopté. Haciendo por radio Sainetes Porteños conocí a Carlos Gardel, porque en la audición siguiente cantaba él y aproveché para dejarle un tango, le pedí que me lo grabara. Estaba por viajar a Francia y me dijo que no aprendería nada más, «Pero traemelo que lo voy a leer. Yo ya escuché que sos un buen autor y un buen cantor, en el stud de Maschio». Cabe aclarar que me gustaban muchos los caballos, el turf. Pero no se lo llevé, era un tango ideal para él, se titulaba “Conscripción” y lo dejé porque después de Gardel no me interesaba que lo cantara nadie. Tiempo después, supe que lo ensayó Alberto Marino, pero nada más. Me hice muy amigo de Magaldi, en realidad Magaldi me gustaba mucho. Él me grabó el vals “Alma mía”, el 15 de julio de 1936. Y está el asunto del tema “Yo tengo una novia”, yo había escrito la letra, luego sus guitarristas: Diego Centeno y Rosendo Pesoa hicieron la música. Ahora, Magaldi había firmado un contrato en exclusividad con una cinematográfica y el tema se iba a incluir en una película y no debía ser cantado por nadie más. Entonces con los muchachos guitarristas íbamos radio por radio para pedir que no lo difundieran, porque se había convertido en un éxito. Finalmente lo interpretó en la película Monte Criollo, estrenada el 22/5/1935, con Azucena Maizani, Agustín Magaldi, Pedro Noda, Francisco Petrone, Nedda Francy y otros, que estaba dirigida por Arturo Mom. Pero lo interesante fue que dicha escena fue cortada para la exhibición en en nuestro país, se dice que quedaron algunas copias para el extranjero. Y lo concreto es que el disco no se grabó. Llegué a tener orquesta propia, en realidad un intento. Actuamos en el balneario El Ancla, de Vicente López (ciudad limítrofe con Buenos Aires). De allí fuimos a Radio El Mundo, donde el director artístico de la misma, Luis Gianneo, me apreciaba mucho y me convocó. En mi orquesta contaba con Santos Lípesker y Julio Ahumada en los bandoneones y Juan José Paz en el piano. Era una orquesta digna, pero al segundo ensayo faltaron dos músicos y decidí abandonar. Ya tenía la experiencia de varios amigos directores que llegaron a llorar, por la impotencia en reunir a sus músicos. Otros tendrían la facilidad de hacerlo, yo no. Hice la música de la película El camino de las llamas (8/4/1942), dirigida por Mario Soffici. Allí conocí a Edmundo Rivero, que trabajaba de guitarrista. Y conocí a Carlos Di Sarli, me lo presentó Cayetano Puglisi. Me elogió “Alma mía” y ya conocía “Callejón” y “Que nunca me falte”. Me preguntó si quería colaborar con él. Fuimos a un bar de Tucumán y Maipú y comenzó a tararearme un tango. Enseguida le dije el nombre: «Se va a llamar “Corazón”». Lo grabaron Roberto Rufíno el 11 de diciembre de 1939 y, quince años más tarde, Mario Pomar, el 2 de febrero de 1955. Después de la primera grabación, yo estaba en el estudio, Di Sarli dejó el piano y me dijo: «Lo felicito. Si usted quiere podemos ser colaboradores de ahora en adelante». A partir de eso siguieron “Alma mía” que había hecho con Diego Centeno, grabado por Rufino el 15/2/1940 y “En un beso la vida”, con música de Di Sarli, grabada con Rufino el 23/9/1940. Luego siguieron el vals “Rosamel”, el tango “Bien frappé”, “Nido gaucho”, “Cuando el amor muere” (con música de Alfredo Malerba), “Acuérdate de mí” (con música de Alfredo Cucci), “Esta noche de luna” (con música de José García y Graciano Gómez), “Tu, el cielo y tu” (con música de Mario Canaro), “Tu íntimo secreto” (con música de Graciano Gómez), “Tus labios me dirán” (con música de Emilio Brameri), y de vuelta con el maestro Di Sarli “Así era mi novia”, “Juan Porteño”, “Porteño y bailarín”, “Por qué le llaman amor”, “La capilla blanca”, “Con alma y vida”, “Tangueando te quiero” y “Cuatro vidas”. Como autor y compositor hizo: “Whisky”, “A mi padre”, “Cómo querés que te quiera”, “Mis consejos”, “Tardecitas estuleras” (milonga), entre otros. Por una afección a las cuerdas vocales dejó de cantar demasiado joven. Falleció el 30 de septiembre de 1987. Nota de la dirección: Como puede verse ha sido Marcó el letrista emblemático de Carlos Di Sarli. Debe mencionarse que Edmundo Rivero llevó a su repertorio varios títulos de Marcó: “Mis consejos”, “Tirate un lance”, “Sangre de pato” y también “Whisky” y “Cómo querés que te quiera” y “Tardecitas estuleras”, una milonga que tiene que ver con su afición al turf. Llegó a tener un stud propio llamado Nido Gaucho, atendido en San Isidro por su hermano Ricardo. La letra de la milonga nos dice: «Ricardo prepará el mate / y alguna copita fuerte/ que pa'relojear la suerte / voy a caer al stud». También grabaron sus temas Ángel Vargas, Charlo, Ricardo Tanturi, Enrique Rodríguez, Miguel Caló, Pedro Laurenz y muchos otros. Fue un poeta sencillo pero muy sensible al comportamiento humano, buen pintor costumbrista, de versos directos, muy deivo de personajes y situaciones cotidianas. La letra de “Mis consejos”, por un lado y “Whisky” por el otro, son un ejemplo de su mirada al interior del porteño.

domingo, 14 de enero de 2018

"EL RUSITO LUNFA"

Waiss, Carlos Letrista (2 octubre 1909 - 27 agosto 1966) Waiss nació en un hogar de inmigrantes rusos en la ciudad de Buenos Aires. Cultivó desde adolescente la poesía popular, sobre los modelos de Dante A. Linyera, Celedonio Flores y Carlos de la Púa. Admiró profundamente a Julián Centeya, a quien dirigió un entusiasta panegírico. Tus versos tienen frescura, sabor de barrio, dulzura sentimental, van diciendo, van moliendo en el recuerdo, van entrando en cada pecho como púas con la lírica ganzúa de su sentir de arrabal. Tanguero al fin, derivó a la letrística. Dijo de sí mismo: Llevo el tango en el alma porque es muy mío, por bravo, por compadre y sentimental, porque dice de amores, de hambre y de frío, porque muerde recuerdos y desafíos como la flor shusheta muerde un ojal. Después de escribir letras convencionales encontró su acento más personal en versos provocativamente lunfardescos que le consintió la generosidad de Juan D'Arienzo y Héctor Varela. A este rubro pertenecen “Cartón junao”, “Chichipía”, “Bandera baja”, “El raje” (milonga) y “Bien pulenta”. Tuvo gran capacidad para producir sus obras, que en muchos casos reflejaban sus vivencias como un activo hombre de la noche. Según cuentan sus amigos se distinguía por su personalidad simpática y afable, luciendo siempre una sonrisa en sus noches de cabaret y de dados. Entre sus amigos se destacaban, aparte de Juan D'Arienzo y Héctor Varela, el bandoneonista Alberto San Miguel, Antonio Arcieri, Julián Centeya y el ex campeón de boxeo Oscar Sostaita. Este último no escatimaba elogios acerca del poeta: «Individuo de excelente físico, alto, con pinta de intelectual». Waiss también ocupó un cargo en SADAIC, durante la presidencia de César Vedani. Fue presentador y glosista de la orquesta de Rodolfo Biagi en el conocido Dancing Ocean, escenario del bajo porteño. Finalmente, en una charla Néstor Pinsón le pregunta al cantor Armando Laborde quién había sido Sos Taita, seudónimo que figuraba en el tango “Yuyo brujo” y que el boxeador antes mencionado se atribuía como una colaboración con Waiss. «¿Querés que me ponga en botón? Está bien, pero hay que aclararlo, el asunto fue así. Como autores figuran Benjamín García y Sos Taita. García era un bandoneonista, muy amigo de Héctor Varela, cuya mujer trabajaba en el cabaret Chantecler y que andaba muy mal de guita. Por tal razón, Varela le dijo: «Te vamos a hacer un tango para que te ganes unos pesos. Lo vamos a registrar en SADAIC. Vos sabés que si lo toca y lo graba D'Arienzo vas a cobrar bien». «La música no la hizo García, es de Varela, y la letra es de Carlos Waiss, que buscó un seudónimo para no involucrar al equipo autoral que formaban D'Arienzo, Varela y Waiss. «Como el boxeador era seguidor de la orquesta y un buen amigo, a Waiss se le ocurrió el juego de palabras y separar el apellido Sostaita». Además de las ya mencionadas, se destacan entre sus obras los tangos: “A mí me llaman Juan Tango”, “A suerte y verdad”, “Con alma de tango”, “Qué tarde que has venido”, “Soy del noventa”, “Un tango y nada más” y “Yo te canto Buenos Aires”.

ACADÉMICOS DEL LUNFARDO DE LA LLECA D´ARIENZO Y ECHAGUE"

Aún frente aquellos, muy respetable por cierto, que guarda el idioma y lo desean inmaculado, siempre de un valor constante, el pueblo , con su hablar, va formando y agregando nuevas voces que tienen hasta colorido propio. El idioma, sin duda alguna, es patrimonio de quienes lo hablan. Grandes compositores del tango, como Enrique Santos Discépolo, Celedonio Flores entre otros, sintieron la necesidad de expresarse con el lenguaje orillero, creando las letras más trascendentes y sentida de la música ciudadana de Buenos Aires. Juan D´Arienzo y su cantor Alberto Echague traducen el sentir popular en su autentica verba sentimental, Corrientes y Esmeralda del negro Cele busca describir esa ciudad de Buenos Aires, pintada con trazos de arrabal. Muchos los imitaron al genial mencionado binomio popular pero nadie los pudo igualar, estas sentidas palabras buscan homenajear a estos auténticos académicos de la lleca del lunfardo y de la vida.

"RULITO"

Hormaza, Raúl Mario Seudónimo/s: Rulito Letrista (9 septiembre 1911 - 13 junio 2002) Lugar de nacimiento: Montevideo Uruguay A partir de preguntas básicas y en plan de charlar de sus recuerdos, Raúl Hormaza nos contó que siempre escribió. Desde muy chico, hacía versos en la escuela y también letras para las murgas de su barrio y más tarde para las comparsas. Posiblemente el haber nacido en Uruguay, aunque llegó aquí a los cuatro años, le haya contagiado eso tan característico de los orientales acerca del Carnaval. Y como si hubiera un imán especial, se afincó, se crió y vivió hasta su muerte en San Cristóbal, barrio porteño que, en la historia del tango aportó muchos nombres. Todavía apasiona caminar sus calles. El clima que allí se vivía, seguramente desarrolló en el joven Hormaza una actividad que siempre estuvo relacionada con el tango y todo su entorno. Otros quehaceres artísticos también ocuparon sus inquietudes. Hizo zapateo americano, fue un notable recitador y animador. Es claro, su medio de vida no estaba sólo en el arte popular, lo compartió con la atención de un comercio. Por momentos, posiblemente como resultado del paso de los años, no recordaba las fechas con exactitud o algunos nombres. Casi sesenta años después, es mucho, y las precisiones no interesan tanto. Considera que su labor como letrista la inició en el 40. Vinculado con gente del tango, hacía presentaciones de orquestas y cantores. Así no es difícil saber cómo arrancó su trabajo de autor, por las amistades y el contacto con personas del medio, que conocían su vena autoral. En nuestra conversación, surgen nombres al azar. Era mensajero y en la distribución por zonas de los telegramas, le tocó llevar uno a la casa de Carlos Gardel, en la calle Jean Jaurés, sin sospechar nunca que su habitante seria un día el más grande mito nacional. Otro nombre. El de una niña que desde muy chica bailaba sin cesar y se crió en su misma casa. Este autor recuerda que ahí conoció a los padres de ella desde que eran novios e iban a bailar al Hogar Gallego. La nena estudió y llegó a ser una de nuestras máximas bailarinas Norma Fontenla, quien falleció trágicamente junto con otros compañeros en un accidente aéreo en el Río de la Plata. De la noche porteña de entonces, señala la actuación en un cabaret de la Corrientes angosta, de Eduardo Arolas que, nos comenta, era pintón y elegante y tocaba el bandoneón con guantes recortados en las puntas para poder «gatillar» el fueye y completaba su atuendo con chaleco y chambergo. Hace el comentario de la relación del bandoneonista con su compañera francesa en París, Alice y lo asocia con el vínculo que mantuvieron Troilo y Zita, a quien Pichuco conoció trabajando en el Marabú. Ella lo admiraba y lo quería —según Hormaza—, el Gordo en ese tiempo andaba un poco bandeado y Zita, para él, fue un gran apoyo. Nos refiere la época en que la avenida Corrientes era poblada por una cantidad increíble de gente, con sus confiterías, cafés y bares donde el tango era presencia indiscutible. Y en esos sitios desarrolló su actividad, sin desdeñar cabarets y perigundines de La Boca. En sus letras, en la mayoría de las más conocidas, se habla de experiencias cotidianas con un lenguaje directo y hechas por alguien con un desarrollado sentido de observación. Creemos que la más exitosa de ellas, “Cien guitarras”, es la mejor. En ella el poeta sueña y crea un extenso poema, compuesto por nueve décimas, de las que sólo se utilizaron cuatro para convertirlas en la famosa milonga, que primitivamente se titulaba: “Para la barra del tango”. Promediando la década del 40, Hormaza recitaba varias veces por noche en el Bar Marzotto, con gran aceptación del público. Al escuchar el poema mencionado, Arturo Gallucci vislumbró que eso podría transformarse en un gran éxito. Le puso música, cambiaron y adaptaron algunas palabras de los versos originales y el resultado fue triunfal. Así nació “Cien guitarras”. La excelente versión de Alfredo De Angelis con Julio Martel y Carlos Dante, se difundió por todo el país y el exterior. Otra muy buena interpretación es la que realizó Florindo Sassone con la voz de Jorge Casal. Otro tanto, aunque en menor escala, ocurrió con la milonga “El divorcio”, con música de su amigo Luis Adesso. Utilizó el lunfardo, que dominaba muy bien, en muchos de sus tangos. “El Nene del Abasto”, con música de Eladio Blanco, demuestra su conocimiento profundo del lenguaje canero y propio del ambiente frecuentado por la gente de la noche. Algo que sólo se lo pudieron dar, la calle, y sus experiencia en conventillos y cabarets. Tratando de recordar algunos de sus temas, nos habló de muchas milongas que aún están sin grabar y conjetura que son alrededor de cincuenta las obras que le han grabado. Nos contó que viajó a España para indagar acerca de los lazos familiares. Fue al pueblo de Hormaza, de ahí el apellido, y se encontró con el cantor Carlos Acuña, en un cabaret de Madrid y, a su pedido, recitó algunos poemas. Luego refiriéndose al cantor Julio Sosa, nos dijo: «Una de mis tareas era presentar cantores en diversos espectáculos. Tuve oportunidad de escuchar a Julio Sosa en sus inicios aquí, en un café de Villa Crespo, y me había gustado. Por entonces, Armando Pontier me pidió que si encontraba un cantor de mi gusto, se lo llevara para la orquesta que codirigía con Enrique Francini, porque Roberto Rufino los dejaba. Fui a la pensión donde habitaba Sosa y no lo encontré. Dejé dicho que me buscara en la confitería Picadilly, en la que yo trabajaba y que junto con Montecarlo y Sans Souci, eran confiterías bailables de un mismo dueño. Así nos conocimos y lo presenté a Pontier. Lo escuchó y le gustó mucho. Tanto que quiso hacerlo debutar esa misma noche. Como Sosa no tenía ropa adecuada, quedó para más adelante. Cuando eso ocurió, fue todo un éxito. Abrió con “Tengo miedo”, el conocido tango de Celedonio Flores.» Además de las ya mencionadas milongas “Cien guitarras” y “El divorcio” y el tango “El Nene del Abasto”, en su obra se destacan: “Hoy la espero a la salida”, con música de Roberto Chanel; “El hijo cruel”, “Cargamento” y “El pecoso”, con Arturo Gallucci; “Andate por Dios”, “Criticona”, “De abolengo”, “El purrete”, “Muchachita de París” y “Sarampión”, con Eladio Blanco; “Pleito malevo”, con Florindo Sassone; “Testamento de arrabal”, con Oscar Castagniaro; “Algún día volverás”, con Luciano Leocata; y “Por favor no vuelvas”, con Jorge Valdez. La actividad de Hormaza en el tango finalizó alrededor del año 70, porque, según su relato, andaba algo enfermo y su madre también tenía problemas de salud. Por eso su tarea, que desarrollaba principalmente de noche, no era entonces lo más aconsejable. Fue un hombre que caminó intensamente la noche porteña y ahondó su observación en los verdaderos ambientes milongueros y los escenarios reales, donde vivieron los personajes que retrató. Raúl Hormaza se suma a la lista de los poetas que, a través de sus letras, arrimaron alegrías y emociones a la gente sencilla.