" de chiquilín te miraba de afuera"

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cafe de Garcia

viernes, 16 de enero de 2015

EL MAESTRO KAPLÚN

Se llamaba Israel Kaflún y había nacido en Balvanera, en un inquilinato. Su padre, Leiser Kaflún, venido de Besarabia, se ganaba pobremente la vida como vendedor ambulante de gorras y sombreros, que llevaba en un gran cesto de mimbre. Clara Finkel, su mujer, también era besárabe. Los dos primeros hijos de la pareja murieron de escarlatina. El tercero en llegar al mundo fue Israel. Unos inquilinos negros, que ocupaban otra pieza del caserón, se encariñaron con el chico, y a ellos se debió que su nombre cambiara por el de Raúl. Les parecía que así lo llamaba Clara: «¡Srul! ¡Srul!», porque de esa manera sonaba Israel en idisch. Además de enviarlo al «jeider» (escuela primaria judía) de la sinagoga de la calle Paso, también lo mandaron a aprender violín con el maestro Marcos Sadoski. Más tarde seguiría sus estudios musicales con José Fraga y por último con el alemán y muy prestigioso Edmund Weigand. Cuando estaba terminando la primaria se presentó a un aviso del diario que pedía violinista. Al llegar se halló con una cola de veinte aspirantes, todos bastante más maduros que él. Pero lo escucharon tocar y se ganó el puesto, retribuido con 125 pesos mensuales. Así comenzó a acompañar películas mudas en los cines, tocando piezas clásicas con un pequeño ensamble. Su encuentro con el tango ocurrió recién en 1926, cuando Julio Rosenberg le ofreció formar parte de la banda de jazz del cine-teatro Astral, que se inauguraba en Corrientes 1639. Allí, en el palco de la típica estaba el sexteto de Miguel Caló, al que pronto se integró. Del piano se encargaba Armando Baliotti, alias “Escombrito”, que fue uno de los más íntimos amigos de Kaplún. Con Roberto Maida como cantor estrenaron "Esta noche me emborracho", de Enrique Santos Discépolo. Tiempo después Caló partió hacia España con Cátulo Castillo y Kaplún pasa al cuarteto que armó Baliotti, en el cine Moderno, de San Juan y Boedo. Como el pequeño conjunto gustaba, el empresario decidió transferirlo a su mejor sala, el cine Los Andes, también en Boedo, y proponer que se ampliara a sexteto. Esto ya ocurría en 1928, cuando se acercaba la era del cine sonoro, con su terrible amenaza de desempleo para los músicos, que acabarían refugiándose en cafés y cabarets, y en la expansión de la radiofonía. Su debut en el éter fue a través de Radio Prieto en el '28, pasando en los años siguientes por diferentes estaciones. El sexteto de Baliotti llevó sus tangos al Salón Imperio, de Maipú y Lavalle. En 1931 volvieron al Los Andes, convertidos en la Típica Criolla Baliotti. En 1932 y 1933 halló sitio en el Trío Puloil, que acompañaba a los participantes en un concurso radial de vocalistas auspiciado por ese polvo limpiador e irradiado por la onda de Splendid. Caló en el fuelle y el inspirado Luis Brighenti, autor de “Ensueño”, en el piano completaban el terceto. Aquel certamen consagró a Hugo Gutiérrez como vencedor, y detrás de él a Andrés Falgás. Entre tanto, Caló rearmó su sexteto para actuar en el café El Nacional, con Kaplún y Pedro Sapochnik como violines, Brighenti de pianista y la voz de Carlos Dante, que aún no era el descollante cantor que sería con Alfredo De Angelis. Kaplún volvió con Baliotti cuando éste, en sociedad con Ginzo, estructuró una orquesta para el certamen de tango que el diario Crítica celebró en el Luna Park y que ganó “El mareo”, de Julio De Caro. En 1934 comenzó Raúl una nueva decisiva etapa con Caló, que empezó a grabar en Odeón, registrando doce discos hasta 1938, sin ningún instrumental. La orquesta intervino en la película “La vida es un tango”, estrenada en febrero de 1939, en una de cuyas secuencias puede verse a Kaplún. A lo largo de la década del '30, tan crítica para la Argentina como para el tango, maduraban músicos que, como Aníbal Troilo, Alfredo Gobbi, Osvaldo Pugliese, Pedro Laurenz y Juan DArienzo, entre otros, iban abriendo el camino hacia el nuevo auge, que despuntó años antes de 1940. Un nombre clave fue el del violinista Argentino Liborio Galván, que hacia 1935 comenzó a escribir arreglos para unas pocas orquestas, entre ellas la de Miguel Caló. En el “Libro del tango”, Horacio Ferrer remarca la preferencia de Galván por la cuerda, con una modalidad de «solos breves y variados, generosamente dibujados». Oscar Zucchi refiere, sin embargo, que los músicos aseguraban que «lo escrito por ese negrito esmirriado no se podía tocar». Gran parte de los ejecutantes no estaban a la altura de lo que el tango empezaba a reclamar de ellos. Ésta fue, precisamente, la oportunidad histórica que le permitió a Kaplún quedar ino como el iniciador del virtuosismo violinístico en el tango. José Gobello va incluso más allá en su “Crónica general del tango”. Al preguntarse cuándo arrancó realmente el renacimiento tanguístico de 1940, lanza varias hipótesis, y entre ellas ésta: «¿Por qué no en 1937, cuando Raúl Kaplún ejecutó, en la orquesta de Miguel Caló, el primer arpegio lucubrado por Argentino Galván?» Según refiere Luis Adolfo Sierra en “Historia de la orquesta típica”, Galván explotó las notables aptitudes técnicas de Kaplún, «escribiéndole los pasajes solistas con dificultades tales que exigían al máximo su gran destreza interpretativa.» Al mismo conjunto de Caló ingresó luego, como segundo violín, Enrique Mario Francini, quien desarrolló el virtuosismo de Kaplún y lo llevó por un camino diferente hasta la cumbre, mientras la orquesta sufría una extraordinaria transformación bajo la influencia del pianista Osmar Maderna, que crearía el estilo diáfano que la identificó. Para Raúl, admirador de Elvino Vardaro y de Alfredo Gobbi, había llegado el momento de buscarse otro lugar. Lo halló en 1942 en la orquesta del pianista Lucio Demare, que desde 1938 desenvolvía una modalidad que fundía marcación rítmica y temperamento sentimental, a tono con las ansias de bailar y vivir o soñar romances que palpitaban en el público. Contando con el talento del bandoneonista y arreglador Máximo Mori. Además de su violín Kaplún le aportó a Demare algunos tangos por él compuestos, como "Canción de rango", cantado por Roberto Arrieta en 1942, “Una emoción", registrado en 1943 con Raúl Berón, ambos con letra de José María Suñé. También prendió "Qué solo estoy", con letra del locutor Roberto Miró, que Demare registró con Berón, así como Carlos Di Sarli con Alberto Podestá, para constituir una frecuente pieza de repertorio en lo sucesivo. Menos perduración logró "Nos encontramos al pasar", nuevamente con Suñé, aunque se trate de un tango de inusual valor. Además de la grabación por Demare con Horacio Quintana en 1945, fue llevado al surco por Fiorentino con Astor Piazzolla en un registro antológico. Kaplún acusó años después a Héctor Stamponi de haber plagiado este tango para componer “Quedémonos aquí”. SADAIC comprobó que había seis compases coincidentes, pero Raúl se abstuvo de querellarlo. La primera obra conocida de Kaplún fue el vals “Recordando a Musmé”, con letra de Manuel Ferradás Campos, editado en 1935. Otro de sus valses, compuesto en 1942, fue “Nunca supe por qué”, con versos de Luis Rubistein. Con Víctor Lamanna escribió en 1952 el tango “Casa de Carriego”, que cantó Héctor Mauré. Hasta abril de 1946 había compartido con Demare las presentaciones en Radio El Mundo, en el Palermo Palace y en los cabarets Novelty y Casanova, además de las grabaciones en Odeón. Cuando el autor de "Malena" decidió viajar a Cuba, Kaplún se separó del conjunto para formar orquesta propia en junio de ese año, con el cantor Horacio Quintana como carta de triunfo y confiando los arreglos a Julio Ceitlin y, ocasionalmente, a Máximo Mori, quien a veces encabezaba la fila de bandoneones, integrada por Juan Kusta y por los hermanos Jorge y Mario Luongo. Otro bandoneonista fue el excéntrico e indisciplinado Ramón Acevedo, que se hacía llamar Robert Brigg. Debutaron en el café El Nacional, para pasar luego al Tango Bar y al Sans Souci, mientras actuaban por radio Belgrano, pero la relación entre director y cantor no fue buena y el binomio se deshizo. Recién llegaría al disco en 1950, con lo que se perdieron aportes tan importantes como los de Hugo Duval y Roberto Goyeneche en esa etapa inicial de su carrera, cantando piezas como “Se lo conté al bandoneón”, con la que debutó, o “Mi tango triste”. Con sólo dieciséis años de edad, el Polaco rindió su prueba ante Kaplún en el cabaret Montecarlo cantando “Corrientes y Esmeralda”, y no dejó dudas. «A este pibe no me lo pierdo», pensó el maestro y lo incorporó a la orquesta para actuar en radio y en el Ocean, un dancing del Bajo. Después de cada actuación lo hacía dormir en un sofá hasta el cierre, y entonces lo acompañaba hasta la parada del tranvía, como le había prometido a la madre del muchachito. Hasta que una afección de garganta lo apartó por un tiempo y fue reemplazado por Juan Carlos Jordán. Éste intervino en el primer disco de los cuatro que Kaplún grabó para el sello TK, en una cara "Audacia", de Hugo La Rocca y Celedonio Flores, y "Tierra querida", de Julio De Caro, en una de las mejores entre las múltiples versiones que tuvo este tango. Jordán poseía un rasgo muy personal: desafinaba parejo. Si de entrada erraba medio tono en un tango, mantenía ese desvío de modo constante. Esto podía suceder en cualquier momento, en el estrado de la confitería Adlon, de Florida y Tucumán, o incluso saliendo al aire por Radio Belgrano o Splendid. Entonces Kaplún se le acercaba para guiarlo, nota por nota, con su violín, apartándose del arreglo. Kaplún se había casado en 1933 con Amelia Altman, de apenas 17 años. Durante las épocas de mucho trabajo que sobrevinieron, Berta y Lidia, las dos hijas de los Kaplún, lloraban desconsoladamente al sentirse abandonadas por el padre, casi siempre ausente. Pero cuando regresaba les traía pizza de Las Cuartetas y helados de El Vesubio, como para que todo le fuera perdonado. Tal vez incluía en ese perdón aquel mundo de la noche, en el que sucedían cosas de las que nunca hablaba, que se suponían prohibidas, indecentes, que la familia debía ignorar aunque se diese por seguro que él atravesaba incontaminado todo aquello

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