" de chiquilín te miraba de afuera"

" de chiquilín te miraba de afuera"
cafe de Garcia

domingo, 18 de mayo de 2014

MARIA "LA VASCA"

En la calle Europa, hoy Carlos Calvo, 2721, la casa de baile conocida como de María "La Vasca", fue como un faro tanguero que alumbraba las noches diqueras del viejo San Cristóbal. Aún perdura su fama, hecha leyenda en la eufonía de ese nombre que evoca un Buenos Aires lejano, un Buenos Aires que aunque parezca de museo, nos ha legado componentes emocionales incorporados a la idiosincrasia del porteño. En esa casita, que aún se conserva con sus altas ventanas a la calle y tiene el encanto de una cancela de hierro forjado entre el zaguán y el soledado patio con jardín de macetas, se escribió noche a noche un capítulo imprescindible de la vida del tango. Por ella pasaron Manuel Campoamor (1), Ernesto Poncio y Vicente Greco. Y allí, una noche de 1897, el moreno Rosendo Mendizábal -en los treinta años de su vida- muy solicitado "por su manera inimitable de tocar milongas en el piano, manejando una mano izquierda generosa de bordoneos" (2), creó esa página clásica y feliz, llamada "El Entrerriano". Según el testimonio de un habitué -recogido por los hermanos Bates en su obra tantas veces citada- en lo de María "La Vasca" podía bailarse -¡el tango, por supuesto!- "todas y toda la noche, a tres pesos la hora por persona". Concurrían "estudiantes, cuidadores y jockeys y, en general, gente de bien". El testigo de aquellas farras a que aludimos agregó este recuerdo interesante: "El pianista oficial era Rosendo y allí fue donde por primera vez se tocó 'El Entrerriano'. Era una noche en que varios socios del Z Club (3) habían tomado la sala por varias horas de baile; recuerdo que siendo más o menos las 2 a.m. golpearon la puerta, atendió María "La Vasca" y regresó diciendo que eran los jockeys Pablo Aguilera, el famoso corredor de Pillito, Rafael Bastiani y otros más cuyos nombres no recuerdo, y nos pedían que le permitiésemos participar del baile. Gustosos aceptamos y así se bailó hasta las 6 a.m. Al retirarnos lo saludé a Rosendo, de quien era amigo, y lo felicité por su tango inédito y sin nombre y me dijo: 'Se lo voy a dedicar a usted, póngale nombre'. Le agradecí pero no acepté, y debo decir la verdad, no lo acepté porque eso me iba a costar, por lo menos, cien pesos al tener que retribuir la atención. Pero le sugerí la idea de que se lo dedicase a Segovia, un muchacho que paseaba con nosotros, amigo también de Rosendo y admirador; así fue: Segovia aceptó el ofrecimiento de Rosendo y se le puso 'El Entrerriano' porque Segovia era oriundo de Entre Ríos". Las líneas anteriores reiteran la tradición milonguera de la parroquia. Hablar hoy de María "La Vasca" es remitirse a uno de los altares bautismales del tango, erigido en lo que por entonces era el suburbio sureño de Buenos Aires. Y así como fue cambiando la ciudad, muchos lugares antes famosos se fueron olvidando. Quienes pasan hoy frente a Carlos Calvo 2721, desaprensivamente como ante cualquier casita de barrio pobre, ignoran que hace mucho tiempo tenía allí su imperio indiscutido María Rangolla, mujer de belleza excepcional, nacida en la vasconia francesa. Merced al gentilísimo testimonio de la señorita Agustina Laperne y de su hermana Margarita, podemos dar hoy, por primera vez, el nombre completo de aquella que fue como una emperatriz del tango en San Cristóbal. Las hermanas Laperne son descendientes directas de María Rangolla, pues su señora madre, Francisca Cassio de Laperne, era sobrina carnal de la célebre propietaria de aquella inolvidable casa de baile de Carlos Calvo casi esquina Jujuy, donde las bailarinas más diqueras, sumaban su embrujo al de los tangos de los grandes músicos de entonces. Gracias a aquéllas todos los gustadores del tango y de su historia conocemos ahora el nombre y el rostro de aquella hermosa mujer, que así como fue de magnífica en su porte, también se distinguió por su carácter bondadoso y por su generosidad. María Rangolla,"La Vasca", nada material dejó a su muerte porque ese fue su modo de vivir. No pretendemos glorificar personajes. Sólo agregar que ella llevó tras suyo la estela de un nombre identificado con una época de Buenos Aires y del tango. Sus cenizas se conservan en la Chacarita, junto a los restos de los padres de Agustina y Margarita Laperne, pero su fama se mantiene como una leyenda en el corazón de los tangueros de ley. ______

miércoles, 7 de mayo de 2014

UN TENOR BIEN TANGUERO

Raffaele Attilio Amadeo Schipa, mas conocido como Tito Schipa, fué un tenor italiano, nacido en Lecce (Italia) el 2 de Enero de 1889, poseia un talento precoz para el canto, fue apodado con el nombre de "Titus" por su delgadez fisica y estatura pequeña. Este cantante lírico paseo su voz por diferentes lugares de la Republica Argentina como ser el "Teatro Colón", "Teatro Politeama", "Teatro Coliseo", ademas de las emisoras radiales LR3 Radio Gral Belgrano, LR1 Radio El Mundo y LR5 Radio Excelsior, etc. El primer vieje que realiza a la Argentina, en 1913, canta las Operas "La Sonámbula", "Mignon" y "La Traviata" en el Teatro Colón, además se dedicó a componer tangos, este es el caso de "El Coquetón", "El Gaucho" (Registrado en New York en 1928), "Ojos Lindos y Mentirosos" (1921), "El Pampero" (1937) y "Surriento" (1953). En 1930, 1931 y 1934 Schipa deja registrado en los surcos de los negros redondos 6 tangos más: "Confesión", "Donde Estás Corazón", "Tinieblas", "La Cumparsita", "Vida Mía" y "Dimelo Al Oido", estas grabaciones las realizó con el acompañamiento de las Típicas de Osvaldo Fresedo, Típica Victor y Francisco "Pancho" Lomuto y registradas para el Sello del perrito"RCA Victor". El 13 de Marzo de 1954 actúa en el primer Festival Internacional de Cinematografía que se realizó al aire libre en la Rambla de la ciudad de Mar del Plata, Schipa fué un amante de nuestro país y especialmente de nuestra música: "El Tango" (además de cantarlos, los compuso como citamos más arriba). Tito Schipa falléce el 16 de Diciembre de 1965 a la edad de 78 años, en la ciudad de New York (USA), a consecuencia de diabetes. Dejó su amor por la música lírica y por nuestra música criolla.

jueves, 1 de mayo de 2014

EL PIBE DE LA PATERNAL

Osvaldo Nicolás Fresedo nació el 5 de mayo de 1897 en Lavalle 1606; después de varias mudanzas, hacia 1910 la familia se estableció en La Paternal, más precisamente en El Cano y avenida del Campo. Cuentan que entonces frecuentaban el barrio los organitos que molían tangos, y los vendedores ambulantes voceaban los discos de Pacho. Cuando el joven Osvaldo terminó los estudios primarios comenzó a asistir a la academia comercial Pagano, donde lo había inscripto el padre; pero a las prácticas contables prefería la música, inclinación que le había inculcado la madre, profesora de piano, y que él ejercitaba en una concertina. No pasó mucho tiempo para que, cuando salía para la academia, fuera en realidad a aprender tangos que le pasaba Carlos Besio, cochero de mateo que tocaba el bandoneón de oído; luego se dedicó a estudiar teoría y solfeo con el violinista Pedro Desrets. Pero el padre se enteró, lo echó de la casa y el joven aspirante a músico debió refugiarse en la de un amigo. Se ha dicho que el deslumbramiento que a los quince años le produjeron las ejecuciones del gran bandoneonista Augusto Pedro Berto resultó decisivo; lo cierto es que dos años después, en 1914, Osvaldo Fresedo debutó profesionalmente en el café Paulín, de la avenida San Martín, entre San Blas y Bella Vista (hoy Donato Álvarez), integrando un trío con su hermano Emilio en violín y Martín Barreto en guitarra. En el ínterin se había producido la reconciliación con el padre, que incluyó el regalo de un bandoneón. Después pasó al café Maldonado, y luego al Tontolín y al Venturita, donde había escuchado a su admirado Berto. El pibe, como le decían, empezaba a ser conocido y admirado; para diferenciarlo de otro joven y destacado bandoneonista, Pedro Maffia, a quien llamaban “el pibe de Flores”, apodaron a Osvaldo Fresedo “el pibe de La Paternal”. La orquesta Integró después distintos conjuntos, hasta que en 1919 formó su propia orquesta con José María Rizzuti en piano, Julio De Caro (nada menos) y Juan Koller en violines y Hugo Baralis en contrabajo; debutó en el Casino Pigall. Desde entonces, escribió Sierra, “se advirtió ya la calidad musical y el equilibrio sonoro que iba a prevalecer como sello inconfundible y preponderante de toda su trayectoria profesional”. Por su parte, D’Angelo manifiesta que “a través del tiempo, tanto por medio de sus realizaciones instrumentales como de las cantadas por sus distinguidos vocalistas, Osvaldo Fresedo, al frente de su personalísima formación, se ha actualizado permanentemente en una vanguardia absoluta e indiscutiblemente propia”. Y precisa: “Al comenzar la década del 40 (para el tango 1937-1955) Fresedo ya había logrado para su formación un excelente y adelantado ensamble musical, sustentado en un ritmo absolutamente bailable, una cuidadosa amalgama de sonoridad –lograda por medio de la brillante intercalación de las distintas características y posibilidades tímbricas de sus instrumentos– a la que adicionaba un exquisito intercambio de matices y su proverbial buen gusto musical; es decir, dirigía una orquesta que estaba adelantada diez años a su tiempo. Es suficiente, como ejemplo, escuchar la última grabación del año 1937, realizada el 17 de setiembre y correspondiente al tango de Cobián y Cadícamo Nieblas del Riachuelo, cantado por Roberto Ray”. Contribuyó al inconfundible sonido de la orquesta la afortunada utilización de instrumentos no tradicionales en el tango, como la batería, el vibráfono y el arpa; asimismo, Fresedo fue uno de los primeros en incorporar a su orquesta la cuerda completa. Los cantores En 1925, el pibe de La Paternal se dio el gusto de acompañar con la orquesta a Gardel en la grabación de los tangos Perdón, viejita, del propio Fresedo con letra de Juan A. Saldías, y Fea, con música y letra de Horacio Pettorossi y Alfredo Navarrine, respectivamente. También tuvo a Magaldi como estribillista en una de sus versiones de Vida mía (música de Osvaldo y letra de Emilio Fresedo). En cuanto a los vocalistas, el cantor Reynaldo Martín explica que “Fresedo buscaba voces que se adaptaran al estilo sobrio y elegante de la orquesta, que tenía un repertorio compuesto por muchos temas románticos. No privilegiaba el caudal, sino la afinación y el respeto a la melodía; anteponía el canto a la historia que contaba el cantor, y no permitía en la interpretación nada estentóreo ni sobreactuado”. Entre los cantores más representativos de este estilo podemos mencionar a Roberto Ray, Oscar Serpa y Héctor Pacheco; también tuvo una muy notable participación Blanca Mooney. Martín destaca asimismo a dos intérpretes de paso fugaz, Armando Garrido y Osvaldo Cordó. El compositor Otra faceta muy importante de la personalidad musical de Fresedo es la que corresponde a su labor como compositor, a la que se debe una vasta obra, de factura impecable y noble inspiración. Para Roberto Selles, esa obra “muestra diversas tendencias”, y enumera: “Por una parte, tenemos su etapa inicial con claro sabor a Guardia Vieja, de la que son ejemplos El espiante (La ronda), que le estrenó el cuarteto de Augusto Pedro Berto, o ¡Chupate el dedo!, con el que hizo lo propio Carlos Posadas, ambos de 1913 o 14. Aparece, luego, una línea canyengue, aunque ya no guardiaviejística, en páginas como Aromas (1923), El once (1924) o Arrabalero (1927). Otra tendencia –más acorde con el estilo interpretativo de su orquesta definitiva– es la melódica, que se advierte, por ejemplo, en Sollozos (1922) y Vida mía (1934); de éste opinamos que resulta exageradamente melódico y merece más ritmo de bolero o balada que de tango”. Por nuestra parte, señalamos también Pimienta, que podría ubicarse en la línea canyengue, y Pampero, Rosarina linda y Tango mío, en la melódica. La mejor orquesta La última actuación de Osvaldo Fresedo al frente de su orquesta tuvo lugar en la audición Tango a tango, de Radio Belgrano, en 1984. El 18 de noviembre murió, después de haber consagrado setenta años de su vida a hacer la de los porteños un poco menos gris y un poco menos dura.