" de chiquilín te miraba de afuera"
lunes, 17 de octubre de 2011
Los tangueros del peronismo
N
No fue necesario que llegara el 17 de octubre de 1945. Desde un año antes, cuando la figura del entonces Coronel Perón emergía como el candidato del pueblo para la conducción del país, comienzan a surgir canciones con letras y títulos en homenaje a su persona, también con loas ante la esperanza de un equilibrio social y a las obras realizadas y a realizar. Más tarde, también habrá para su esposa, Eva Perón.
Fue apreciable la cantidad de temas, pero aquí nos interesa enumerar, solamente, aquellos donde hayan intervenido en su creación o interpretación, gente de tango, aunque habrá alguna excepción. El listado siguiente no pretende ser completo.
Perla Mux
Perla Mux
A la oficina de Perón en la Secretaría de Trabajo, junto con cartas y telegramas, llegaban diariamente muchos discos fonopostales. Los mismos, se grababan en el propio Correo Central y los surcos se registraban en una cartulina brillante donde además quedaba espacio para dedicatoria y nombres. De ellos, nuestro amigo el coleccionista Héctor Lucci, nos mostró e hizo escuchar: “Renovación”, una marcha de Ugarte —según puede leerse— dedicada al vicepresidente de la Nación Coronel Perón y cantada con pretensiones líricas que tornan indescifrable la letra, por la estrellita de nuestro cine Perla Mux. Las palabras previas y el acompañamiento de piano estuvieron a cargo de un hermano suyo de nombre Bruno Mux, la postal tiene fecha del 12 de agosto de 1944. Por entonces, el presidente de la República era el general Edelmiro J. Farrell quien también, en esa fecha, recibió un presente similar, por los mismos intérpretes: “Marcha de la Victoria”, con música y letra de Bruno Mux. Si bien aquí no hubo gente de tango, lo hacemos figurar como curiosidad y porque no llegaron al destino deseado. Era tan grande el caudal de envíos con salutaciones, que todas las tardes un ordenanza se encargaba de eliminarlos.
Seguramente, la primera manifestación de los tangueros, haya sido la marcha “4 de Junio”, de los hermanos Francisco y Blas Lomuto, registrada por la orquesta de Francisco Lomuto, con las voces de sus cantores Alberto Rivera y Carlos Galarce, el 6 de junio de 1944.
Galarce y Rivera con Blas Lomuto
Enrique Lomuto
El 18 de septiembre de 1944, el sello Odeón (disco nº 7121) saca a la venta la milonga de Enrique Lomuto “Argentino cien por cien”. El autor firmó con el seudónimo Julio Duval, la letra es de Rubén Fernández de Olivera, también conocido como “Tabanillo”, pero cuyo nombre real era Rubén Nicolás Fernández Barbieri. La orquesta es la de Enrique y la voz de su cantor Roberto Torres. La partitura editada se caracteriza por traer una sobrecubierta con la fotografía del rostro de Perón, atravesada por los colores de la bandera argentina.
A continuación, y sin respetar el orden cronológico de las grabaciones, están los siguientes títulos: “Marcha Peronista”, que no tiene nada que ver con “Los muchachos peronistas”. El autor es Rodolfo Sciammarella y la registró Héctor Palacios, acompañado por la orquesta de Miguel Zepeda. La mayoría de los temas que aquí se nombran fueron realizados en los estudios del sello Victor, en forma particular, sin llegar a la comercialización. Servían para ser obsequiados y escuchados en los actos partidarios. Todos ellos llevan como identificación la letra P (significa particular o privado) y el número de matriz es, en este caso, 137 A. En el reverso, con la letra B, figura “Slogans Peronistas”, textos muy breves y sencillos creados y dichos por Rodolfo Sciammarella.
Con respecto a la canción emblemática que aún perdura como himno del movimiento justicialista, la marcha “Los muchachos peronistas”, ya hablamos en Todo Tango y remito a su crónica.
Como curiosidad, un breve comentario: un fragmento de esta marcha fue incluido en una pequeña caja musical, que a la vez fue incorporada dentro de un reloj despertador del que hubo solamente tres ejemplares. Su fabricante, la compañía suiza Jaegger, obsequió uno a Eva Perón durante su viaje a Europa. Otro, a un directivo de la empresa de automóviles Alfa Romeo, cuando Juan Manuel Fangio corría con esa marca. El tercero tuvo un derrotero desconocido. Cuando Evita regresó de su gira, se lo regaló a Ángel D’Agostino. A la
Reloj Jaegger
muerte del maestro, pasó a poder de unas sobrinas suyas quienes se lo vendieron a nuestro amigo Héctor Lucci. Cuando suena la hora prefijada en el despertador, brotan las notas de la inmortal marchita.
En el reverso de la versión de Héctor Mauré está “La única solución”, marcha de Ramon Oscar Lanas
“Oda a Perón”. Fue realizada con la melodía del vals de Marino García, “Mis harapos” y una letra de ocasión cuyo autor desconocemos. La interpretaron Alberto Marino, en 1947, acompañado por guitarras y también, Antonio Tormo.
“Evita Capitana”. Aquí se utilizó la música de “Los muchachos peronistas” y la letra es de Rodolfo Sciammarella. La cantó Juanita Larrauri, acompañada por la orquesta de la APO, dirigida por Domingo Marafiotti y coro a cargo de Héctor María Artola. Una similar versión se registró solamente instrumental. También fue grabada por la Orquesta y Coro del Teatro Colón, disco Víctor P.1535 B, matriz 4477. Otra versión, la de Emilio Ríos y su banda con la voz de Susy Diéguez, sello Avefón.
Antonio Helú y Enrique Pedro Maroni hicieron varios temas: “Descamisado”, tango que canta Héctor Pacheco con la orquesta de Alfredo Attadía, en un disco no comercial P.138A, de 1947; en la faz B: “Peronista”, con los mismos intérpretes; “La Descamisada”, milonga por Nelly Omar con la orquesta de Marafiotti, disco Victor P.1457A, año 1951 y en el otro lado, “Es el pueblo”, también con Nelly y el coro de Fanny Day.
“Marcha de la construcción”, música y letra de Sciammarella, canta Hugo Marcel.
“Madrecita de los pobres”, de Félix Scolatti Almeyda y Alfonso Tagle Lara. Canta Irene de la Cruz. Grabación particular realizada en los estudios “Ayacucho”, el 1 de agosto de 1951.
“Canto al trabajo”, marcha de Cátulo Castillo y Oscar Ivanissevich. Canta Hugo del Carril, 25 de noviembre de 1948, acompañado por la orquesta del Teatro Colón dirigida por Alejandro Gutiérrez del Barrio. Existe una versión sólo instrumental, por la misma orquesta, pero dirigida por Luis I. Ochoa, con el coro mixto del Colegio Militar y del Conservatorio Municipal, Víctor P.810.
“Versos de un payador al General Juan Perón” y “Versos de un payador a la señora Eva Perón”. Ambas ofrendas cantadas por Hugo del Carril, que le puso ritmo de milonga a los versos de Homero Manzi, año 1949. Tiempo después, fueron grabados por Oscar Alonso.
“Marcha del Plan Quinquenal”, de Sciammarella, canta Héctor Mauré con la orquesta dirigida por Silvio Vernazza y el coro de Fanny Day. Victor P.1550, año 1953.
“Caballero Juan Perón”, de Samuel Aguayo, canta el autor acompañándose en guitarra.
“Perón-Ibáñez”, con letra de P. Santillán, adosada a la melodía de “Los muchachos peronistas”, canta Alberto Marino con orquesta en 1953.
“Marcha de Luz y Fuerza”, de Domingo Marafiotti y Cátulo Castillo, por Hugo del Carril con la orquesta de Marafiotti, en 1949.
“Se acabó la mishiadura”, tango de Enrique Rodríguez y José Paradiso, por la orquesta del músico con la voz de Ricardo Herrera, registrado el 15 de diciembre de 1950.
“Una carta para Italia”, tango se Santos Lipesker y Reynaldo Yiso, por la orquesta Francini-Pontier, con Roberto Rufino, el 24 de marzo de 1948.
Para cerrar el listado una marcha, que representó un hecho que quedó grabado en el recuerdo de todos los que en esa época éramos pibes y amantes del fútbol: “Marcha del Primer Campeonato de Fútbol Infantil Evita”, en homenaje a los juegos inaugurados el 20 de agosto de 1950. Es de Sciammarella y Carlos Artagnan Petit, con la orquesta de Silvio Vernazza. Una curiosidad, es cantada por el Coro de Niños Santa Cecilia, donde se destaca la voz solista de un pequeño de doce años quien, con el tiempo, se convertiría en el reconocido cantor popular: Luis Aguilé.
domingo, 16 de octubre de 2011
La madre
Poema a la Madre
Yo fui medio consentido
por ser el hijo menor
y ya mi hermano el mayor
me llamaba el preferido
razones habrá tenido
que cuando me perseguía
detrás de ella me ponía
y ya estaba defendido
si mi padre me mandaba
"a la cama sin cenar"
la veía aparecer
haciéndose la enojada
y a escondidas me pasaba
la parte mía en un plato
"y la próxima te mato"
me decía y lagrimeaba
Aquel delantal mojado
de lavar en la pileta
que retorcía tan inquieta
porque alguno había avisado
que su hijo se había peleado
con otro chico en la esquina
y al rato yo aparecía
con un ojo amoratado
Me acuerdo lo que sintió
la vez del pantalón largo
fue un momento muy amargo
me miraba, me toco
decía, como creció
si ayer lo hacia dormir
y al quererse sonreír
el llanto la traiciono
Igual que muchos creí
que sabia demasiado
por los labios pintados
de lado de ella me fui
y aquel día en que volví
arruinado y amargado
en vez que dejarme a un lado
se puso a rezar por mi.
Como castiga la vida
como traiciona la gente
como se dobla la frente
por un plato de comida
no hay uno que no te pida
su parte por un favor
y se calcula el valor
que pueda tener tu herida
solo ella, ella comprende
el dolor de tu mirada
por que su vista cansada
desde niños nos entiende
solo ella te defiende
por que eres su misma sangre
y solo te da una madre
la amistad que no se vende
Yo quería hacerle versos
como ella los merecía
los empecé tantas veces
y no salgo del comienzo
es que a una madre
es que a una madre, yo pienso
que, que se le puede escribir
solo se puede decir
en la ternura de un beso.
Orquesta olvidada
Fundador: Genaro Espósito
Año: 1912
Formación:
Bandoneón: Genaro Espósito
Violines: Julio Doutry
Flauta: Juan Domingo Fuster
Piano: Félix Camarano
Debido al gran éxito que tuvieron, las orquestas típicas empezaron a proliferar.
La de Genaro Espósito fue la tercera que se creó para el sello Columbia, que antes había contratado a Vicente Greco y Juan Maglio. Espósito, fundador y director de esta orquesta, creó un nuevo estilo cuando comenzó a ejecutar el tango a menor velocidad que las otras agrupaciones.
Esto significó un avance interpretativo, puesto que el género arrabalero fue adquiriendo mayor lentitud con el tiempo. El "Tano" Genaro fue uno de los pioneros en llevar el tango a París.
La popularidad de la orquesta al volver a nuestras tierras fue en continuo crecimiento. Además, grabaron innumerables tangos de éxito por aquel entonces, y que hoy recordamos con nostalgia.
sábado, 15 de octubre de 2011
EL HOMBRE GRIS DE BUENOS AIRES
Como se sabe, Julián Centeya fue el seudónimo más conocido del poeta Amleto Enrico Vergiati, nacido en Parma, Italia, en 1910 y llegado a playas argentinas doce años más tarde.
Su padre había sido periodista en el diario socialista “Avanti”, de Parma, y se vio obligado a emigrar con su familia ante el arrollador avance de los “camisas negras” mussolinianos. Al no conocer el idioma, debió ganarse la vida entre nosotros con el bíblico oficio de carpintero. Hay varios poemas donde su hijo lo recuerda. El más célebre es aquel que empieza:
“Quisiera amasijarme en la infinita / ternura de mi barrio de purrete, /con un cielo cachuzo de bolita / y el milagro coleao del barrilete”.
En Buenos Aires el joven Amleto cursa hasta el tercer año en el Colegio Nacional Rivadavia, del que también habían sido discípulos sus amigos Cátulo Castillo y César Tiempo. Expulsado por mala conducta, según algunos, dejado libre por sus continuas “rabonas”, según otros, abandona el hogar paterno y comienza una vida azarosa, viviendo en pensiones de mala muerte, comiendo salteado y practicando el periodismo bohemio de la época, al tiempo que confraterniza con poetas, prostitutas, curdas, ladrones y cafañas en “bodegones turbios de humo agrio” y otros antros más sombríos de una ciudad sumida en las abyecciones sociales y políticas de la Década Infame.
En esas andanzas por las redacciones más diversas, usó distintos seudónimos -Juan Sin Luna, Enrique Alvarado, Shakespeare García- pero en 1938 escribe una milonga en que inventará su nombre definitivo:
“Me llamo Julián Centeya, / por más datos soy cantor. / Tuve un amor con Mireya. / Me llamo Julián Centeya, / su seguro servidor”.
Todavía en 1941 firma como Enrique Alvarado su libro de poemas negros El recuerdo de la enfermería de San Jaime:
“Qué hago yo con el recuerdo de la enfermería de San Jaime/ puesto que tú me has dejado con el recuerdo de la enfermería de San Jaime. / Mira: tengo la cara sucia de llanto.../ ¡Ah! Si tú supieras qué triste resulta vivir así, / siempre así, / teniendo entre las manos / el recuerdo de la enfermería de San Jaime...”.
Acotemos que enfermería de San Jaime o “St. James infirmary” llamaban los negros norteamericanos al lugar donde se expendían bebidas alcohólicas. Y éstas y el tabaco –para desesperación de su mujer, Gori Omar- fueron los mejores amigos de bohemia del poeta callejero.
En los años del peronismo -pleno empleo y buenas remuneraciones- el peregrinar de Julián de pensión en pensión (y de desalojo en desalojo) se fue sosegando. Pero en 1955, pese a que jamás ostentó pensamiento partidista alguno, “la irresponsabilidad oficial situó en la calle a multitud de periodistas”, y entre ellos a él.
“Puchereó”, como lo había hecho tantas veces en su vida, refugiándose en el mundo del tango, presentando alguna orquesta en un boliche, borroneando rápidas glosas radiales. “No haber tenido nada fue su todo”, como el mismo escribiera de su amigo Dante A. Linyera.
Por esos años lee mucho y “medita” los poemas lunfardos de La musa mistonga, libro que en 1964 le editan los hermanos Freeland en su colección “Filólogos del habla popular”. En el prólogo al mismo, Julián revela su arte poética:
“Yo no descubro nada, menos invento. Repito. Recuerdo. Hago, y no como ejercicio, memoria. A ello sucede el verso, manera de revelar por fuera lo que llevo adentro y lo hago, sí, en un lunfa al que le confiero primitividades de historia, no sin dejar de prestarle la oreja, a lo que tiene de actual, de inmediato, de reciente”.
Su segundo poemario lunfa, La musa del barro, se lo publica una editorial más distinguida, Quetzal, y lo presenta la novelista Martha Lynch. Para 1968 los intelectuales argentinos han empezado a revalorizar a los escritores populares. Y Julián lo es en grado sumo. Basta leer sus poemas “Mi viejo”, “Pichuco” y “Atorro”, para comprobarlo. O su estremecedor “Muerte del punga”:
“La muerte lo pungueó en el conventillo, / quedó en el patio de crispada zurda; / venía de lejo el canto de los grillos / y entraba el tano Giacumin en curda”.
Sin olvidarnos de aquel magistral soneto a Aníbal Troilo, por él bautizado “Bandoneón mayor de Buenos Aires”:
“Estás en el dolor impar del amasijo / que refundió tu cuore en alba y luna. / En tus manos el fueye es una cuna / y en ella desvelao te mira un hijo. // Estás en el misterio profundo de la cosa, / cerrás los ojos para ver por dentro. / No sé con qué carajo hacés la rosa/ del barro inaugural que vino al centro.// Me verdugueás, ¿sabés?, lleno de asombro/ cuando te escucho con la luna al hombro / traer del tango elemental el eco // con luz de pucho y copa levantada / en el boliche aquel de la cortada / tan cordial y tan nuestro como el queco”.
No volvió a publicar otro libro de poesía y recién en 1978, póstumamente, aparecen dos recopilados en uno: La musa maleva y el surrealista Piel de palabra o El ojo de la baraja izquierda.
Pese a ser un hombre de tango, Julián no escribió mas de cincuenta letras de tangos, valses y milongas. Y a contramano de su bohemia, su capacidad de trabajo fue inmensa. Como periodista llegó a trabajar en cinco publicaciones a la vez. Escribió sobre cine, deportes, costumbrismo, tango, lunfardo, información general. Fue glosista, animador, conductor, libretista radial y, en sus últimos años, comentarista televisivo. “Tarde –como él mismo decía-, ahora que estoy flaco y fulero”.
Su novela El vaciadero -una cruda inmersión en la quema de basura de Villa Soldati- se publicó en 1971. Alguna vez habrá que volver a ella, a sus breves y dramáticas escenas, a sus personajes delineados con maestría, a la atmósfera agobiante y tortuosa que le imponen esas regiones marginales de Buenos Aires.
Julián Centeya murió una madrugada de julio de 1974 en una residencia geriátrica, solo.
Han pasado 33 años de ese día, “la alta edad de su silencio”, como él mismo podría haber escrito, y hoy Norberto Galasso le rinde homenaje con este pequeño gran libro en el que se reconstruye con arte y con amor la estatura poética y humana del Hombre Gris de Buenos Aires.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)